miércoles, 6 de julio de 2011

De sal y café.

Allí estaba, sentada en el rellano de su casa como todas las mañanas de verano. Con las manos pringosas de mermelada de fresa y olor a mar en la nariz. Leía, devoraba los libros como si sus ojos fueran incansables, como si esas historias fueran la suya propia. Ojala. Eso pensaba ella, ojala alguien pudiera llevar su felicidad a tres metros sobre el cielo, y luchar por ella ante cualquier vendabal. Ojala, ojala fuera una Julieta a la que, a escondidas y desafiando lo prohibido, fueran a buscar a su balcón.
Sin embargo, y muy a su pesar, allí estaba otra vez, esperando ese no sé qué que todos buscamos cuando echamos de menos algo que nunca paso.

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