lunes, 22 de agosto de 2011

Los de siempre.

Son un revoltijo de emociones, de gritos, de los abrazos mejor dados, de ganas de vivir a su manera y de muchas risas. Son los de las noches de tacones altos, confesiones y vino malo. Son los de las tardes de cine y bolsos llenos de refrescos rebajados del super de enfrente. Son los de tardes de café interminables y planes que se quedan a medias de cumplir. Son los de los enfados y las reconciliaciones. Son los de las anécdotas de Londres, Alemania y de una casa a las 5 de la mañana en Sabado. Son los del estrés pre-examen y las malas caras los Lunes. Son los de “me gustan los Viernes” en invierno, y los de convertir cualquier día en fin de semana. Son los que sacan las preocupaciones a carcajadas. Son los que comparten mis días. Son los que me enseñan a vivir y hacen todo un poquito menos malo, que alfinal, es lo  que vale.
Son ellos, y ellos, lo saben todo. Y es que, estas pequeñas vidas, son más fuertes que cualquier huracán, y si una cosa tengo clara es que no podría haber elegido mejor.





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