Dicen que las palabras se las lleva el viento, no se tocan, no se respiran. Pero se sienten, las palabras se sienten. Algunas devuelven el brillo a los ojos y a las sonrisas errantes que buscan su lugar. Otras escuecen y amargan. Tanto que al final siempre están ahí, levantándonos dolor de cabeza y abriéndonos la puerta de par en par en los días más fríos (o cerrándonosla), en esos en los que llueve fuera. O quizá no, y solo sea la humedad que tenemos pegada a la ropa, a los ojos. Sea como sea, las palabras marcan, están en los recuerdos, en las cartas que enviamos y en las que nunca llegamos a recibir. Están en la nostalgia que a veces no nos creemos más allá de las películas tristes, pero que en realidad cala nuestra piel. Y es que la nostalgia, también la curan las palabras. Que si esta duele, se llora. Se llora y ya vendrá alguien a abrazarte, con palabras nuevas. Y que si no viene nadie, tenemos palabras en las canciones. En las canciones de nuestras vidas, que siempre hablan de lo mismo y nos hacen sentir vivos. Porque si duele es que estamos vivos, y ya habrá otros días. Sera por días… Y si son muy largos, también se pueden contar de tres en tres. Avanzando, de poco en poco, o de mucho en mucho. Mirando hacia delante, y en los días de tregua, hacia atrás. Que a mi, un boli y un papel me han enseñado a decir todo lo que no soy capaz de decir con la voz, todo lo que los ojos ya no podían llorar. Me han enseñado a echar de menos cosas que ni si quiera tenían sentido. Y me escuchan, me escuchan cuando ni si quiera lo hago yo misma. Por eso, escribo por y para mi. Para que así, no sea un revoltijo de emociones andante cada vez que salga a la calle. Para tragar los días con mas sabor.
Que me gustan las palabras, aun que se las lleve el viento y aun que sean pequeñas. Porque también, hay palabras que no se mueven, que se guardan entre páginas de libros, o aquí, o en el alma. Y así, puedes acudir a ellas para entender un poquito mejor tu mundo. Para eso existen las palabras. Para atreverse a entender el mundo.
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