Cuando era pequeña iba todos los Domingos al campo. Allí todo es tan ajeno
a todo que resulta desconcertante. El tiempo no corre. Solo corre el aire. Como
el que hay entre los dos, pero eso es otra cosa. Cambiar de aires, eso es. En esos paraísos verdes
perdidos en ninguna parte a los que me llevaba mi padre, podía imaginarme lo inimaginable. Y creérmelo. Por eso siempre
me creía que detrás de cada colina, de cada montaña, había otro mundo, diferente
a cualquier otra cosa que hubiera podido
ver antes. Corría por esos misterios inclinados del terreno que se me antojaban
puertas al infinito, a las nubes, al cielo, que hoy, con unos cuantos inviernos
más sobre mis hombros, seria tu espalda. Así que, ¿por qué no hacemos de este
Domingo, un Domingo de imposibles? Si me permites… quiero caminar de puntillas
por el cielo de tu espalda...
Esto podría ser el comienzo del primer capítulo de un libro... :P
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