Hubo un momento en el que yo era emoción, euforia, ganas de todo y de tanto
a la vez que me creía capaz de abarcar el mundo con sola de una mis manos. Una
vez me reí tan fuerte, que vibraron todas las paredes de mi vida, no existió jamás
ninguna guerra de cosquillas que superase tal estruendo.
Recuerdo que fui luz en todas sus variantes, que alcancé la mejor versión de
mi misma y la exploté como si cada día fuera el fin, o el mejor de mi vida. Quise
como nunca, porque nunca era siempre, y nunca había querido. Eche de menos,
como solo pueden echarse de menos a las cosas que no se tienen. Pero yo lo tenía,
y me dolía tanto cada noche, que era fantástico.
Era nervios constantes, subiendo y bajando por la barriga, bordeando el corazón,
para de pronto ¡pum!, erizar cada uno de mis sentidos. La magia de abrir los ojos cada día y morirme por vivir.
Y todo eso, improvisando, viviendo, siendo. Y sin apenas saberlo.
Así es como nos pasan las mejores cosas de la vida, casi sin darnos cuenta...
ResponderEliminarMe ha encantado, sigue escribiendo.
ResponderEliminar"la magia de abrir los ojos cada día y morirme por vivir"
Charlie